Hoy no voy a contarte aquella historia. Es demasiado temprano para eso y no creo que pueda aguantarlo todavía. Otro día te lo prometo.
Anoche salí buscando algo que, para mi, no tiene nombre. Hubo empezado a nevar y me encontré en el noroeste de la ciudad, tirado en mi bar favorito de aquel barrio. Fingía que no fuera de Portland, preguntando sobre las leyes del estado. Que puta madre es, no poder fumar en un bar.
Fingía porque quería hablar con alguien y olvidarme de las miradas frías de otros sitios. La mesera era demasiada sencilla y un hombre a mi lado me hablaba también, lo del smoking.
Como siempre empecé a sentirme un poco incomodo y fuera de lugar. Quería salir ya y por su puesto salí. Quedé de pie al lado de mi carro, tomando aire limpia y fumando. No había casi nadie en la calle. La gente nesta ciudad es loca cuando nieva. Parecía algo apocalíptico con todas las luces apagadas y ninguna persona afuera.
Me metí nel carro y como no tenía adonde ir, yo conduje hacía la casa, escuchando canciones de amor perdido. Al llegar a casa, tropecé con unos vecinos en el ascensor pero como los demás no fueron tan amables. Solía decir algunas palabras cordiales pero no gasté mi aliento.
Me bañé para unas horas, hasta que empecé a estar dormido. El agua caliente me hacía más calmado, un poco menos estridente y amargo. Me difuminaba los bordes.
Y de repente, no como todas los otros instantes de esta noche,
había vuelto otro día sin ti.
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